domingo, 6 de diciembre de 2015

Cicatrices.

Si me preguntas, te diré que me gusta esconderme en tu hombro, tu cara de desconcierto cuando no me entiendes, los enfados tontos que dan pie a tus pequeñas pataletas de niño grande. la forma en que te ves cuando duermes.
Pero aunque me preguntases, no te diría ni en sueños que lo que me más me gusta, con diferencia, son tus cicatrices. No las que llevas tatuadas en la piel, aunque admito que siento curiosidad por conocer las historias que hay detrás de cada una de ellas.
Me refiero a las marcas interiores, aquellas que no se ven a simple vista pero que sin embargo son las que más duelen. Un par de puntos en la barbilla no suelen comportar grandes cambios; la cosa se complica cuando es el corazón el que necesita ser remendado.
Me fascinan tus heridas de guerra, porque aunque no sangren, todavía permiten entrever lo que las causó, el dolor que sentiste al descubrirlas y el rastro que dejan en el resto de tu ser tras de sí. Me gustan porque, de algún modo, siento que me acercan a ti, me ayudan a entender el por qué de tus cosas.
Y la ironía es que cuanto más quiero saber, tú más te alejas. Y yo nunca he sido de conformarme, sino más bien de indagar poco a poco hasta tener una visión completa.
Elegir ahora entre matar mi curiosidad o matarte a ti.


Eme*

viernes, 9 de enero de 2015

Niños grandes.

Al igual que no es oro todo lo que reluce, no son hombres todos los seres humanos del sexo masculino.
No hay hombres menores de 27 años. Tal vez tengan un limite en el que sufren una transformación kafkiana.
Mi casting tiene más requisitos que Jordi Hurtado para empezar a envejecer.
Encabezando mi lista de exclusiones, no soy de niños pijos, ricos ni malotes. No se es hombre si uno no puede mantener una conversación más allá de los videojuegos, coches, fútbol y fiestas de desfase hasta el amanecer y más allá. Si enriqueces más tu cuerpo que tu mente, ni te presentes. Y la lista sigue.

Pero no es que yo ponga el listón muy alto, sino que cada vez hay menos hombres y más niños de metro ochenta y barba jugando a ser mayores.



Eme.

viernes, 11 de julio de 2014

Tarde.

No quisiste la victoria cuando yo misma te la ofrecía en bandeja de plata.

No la quieras ahora.



Eme*

lunes, 30 de junio de 2014

Fecha de caducidad.

Vivimos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, como si fuéramos inmortales, creyendo que lo de envejecer es algo que tardará en llegar.
No pensamos en que, al igual que el yogur que quedó escondido en el fondo del frigorífico, tenemos fecha de caducidad. Es más: no es únicamente que nos creamos inmunes al paso del tiempo, sino que asumimos que las personas a las que queremos también lo son.
La diferencia entre el yogur de la nevera y nosotros es que no tenemos la fecha de caducidad tatuada en la piel, no hay forma de saber cuándo nos toca; simplemente dejamos de valer.

Y cuando comprendemos que alguien que queremos va a caducar, ¿cuánto tiempo se nos permite llorar?



Eme*

lunes, 12 de mayo de 2014

Razones para volver.

Después de la tormenta vino la calma, tras cada nube había un rayo de sol, me levanté diez veces por cada una que caí... Se nombra de muchas maneras, pero todas significan que hemos tenido la fuerza para seguir adelante pasara lo que pasase, para ver el azul en medio de ese cielo tan gris.

Es casi verano, y el calor y la luz que se cuelan por las ventanas consiguen que todo parezca un poco más bonito. Un beso en el cuello desarma al ejército imbatible que procesiona en nuestro interior. Una simple sonrisa puede ser el rayo de sol que te descongele la positividad que te hace falta para ser feliz.

No creo que haya una razón mejor para volver a ser una idiota sonriente.



Eme*

lunes, 5 de mayo de 2014

El tiempo 'después de'.

Qué mentira más grande la de 'el tiempo todo lo cura'.

El tiempo no es un maquillaje mágico detrás del cuál podemos esconder el daño que se nos ha infligido. Tampoco es un parche que nos pegamos a la piel para evitar deshincharnos. Ni cinta aislante de doble cara que consiga mantenernos de una sola pieza cuando nos hemos roto del mismo modo que un jarrón frágil al caer al suelo.

El tiempo que viene después de, no alivia ni infunde ánimos de mejora.

El tiempo es el agua oxigenada caducada que todos tenemos en el botiquín: pica, escuece y te hace aguantar un grito apretando fuerte los dientes, pero en realidad no ayuda a que las heridas cicatricen. Simplemente, se encarga de hacerte saber que, te guste o no, por mucho que intentes olvidar que existen, en realidad siempre van a seguir ahí.

En ocasiones unas nos harán sufrir más que otras; incluso pueden dejar de doler, lo que no significa que se hayan extinguido. Al fin y al cabo, son las cicatrices de guerra que llevamos por dentro, las que no se ven pero que, sin embargo, nos marcan más que cualquier otra.



Eme*

domingo, 30 de marzo de 2014

'Todos los hombres sois iguales'.

A menudo nos echan en cara que las mujeres decimos eso de 'todos los hombres sois iguales'. Nunca he sido partidaria de esa exagerada generalización, pero hoy me la creo un poco más.

Hoy en día, resulta que te arreglas y te pones guapa para salir de fiesta, conoces un un chico con el que pasas toda la noche hablando y descubres que es encantador. Tiene la mejor de las sonrisas sinceras, unos ojos en los que te puedes perder si no tienes cuidado y además bajo la camisa oculta un porte escultural que ni el mismísimo Adonis. Embobada, lo escuchas hablar de su vida, tan interesante que quieres saber más.
Sin saber cómo, os separáis del grupo, lo perdéis, y para cuando os queréis dar cuenta, estáis besándoos en medio de la calle hasta que aparece el típico idiota que suelta: ¡idos a un hotel!
Total, que te invita a casa, cogéis un taxi. Llegáis, subís y preguntas por el aseo. Sales después de mirarte al espejo por enésima vez y él hace que te deslices hasta la habitación.
Hay velas. Nunca nadie antes había tenido el detalle de encender velas para ti, así que se te olvida hablar durante un par de segundos.
No hace falta dar los detalles. Todos podemos imaginar a qué me refiero cuando digo que pasas una de las mejores noches en mucho tiempo. Infinito el número de ocasiones en que asegura, sin que le hayas pedido que lo haga, que le gustas mucho y que se quedaría toda la vida abrazado a tu cuerpo.
Al despertarte por la mañana continúa tratándote como si fueras uno de los mayores tesoros que un pirata hubiese encontrado jamás en una isla perdida del mundo. Beso de buenos días, susurros al oído, zumo en la cama y finalmente te lleva a casa.
No te deja bajar del coche sin antes besarte una vez más.... y dos, y tres... tantas veces que pierdes la cuenta y el sentido del equilibrio.
Es todo tan bonito, tan perfecto, porque antes de cerrar la puerta del copiloto estiró la cabeza y prometió que hablaríais y os veríais muy pronto de nuevo...


En serio...

¿Qué narices hacéis los hombres con vuestros escrúpulos y vuestra ética moral para poder soltar toda esa enorme y continua sarta de mentiras sin que se os pudra la conciencia, sin sentiros despreciables? ¡Os merecéis un óscar de al menos 500 metros de altura como galardón al mejor actor de la historia de este planeta!

Me vais a perdonar porque va a sonar muy soez y vulgar, pero os ganáis un tortazo como os escuche decir que las putas somos nosotras.

No sois ni príncipes rana, sino mensajeros luciferinos cuyo único propósito es envenenar las almas que todavía esperan que les llegue le turno de ser felices.




Eme*

martes, 25 de marzo de 2014

Amor propio.

Tengo una mala noticia... para vosotros.

Voy a dejar de poneros delante en mi lista de prioridades, de preocuparme por vuestros problemas antes que de los míos, de intentar agradaros.

Voy a empezar de nuevo a quererme. No me resultará fácil, puesto que hace bastante tiempo que no practico.
Voy a amarme más de lo que ningún hombre me haya amado, más incluso de cómo amo yo a otros hombres. Me regalaré flores, me sonreiré frente al espejo al desearme los 'buenos días princesa' que ya nadie me da, me echaré piropos, me diré lo guapa que estoy cada mañana al salir de casa, bailaré conmigo en algún local, alzaré mi copa en lo alto y propondré un brindis a mi salud, porque me lo merezco.
Voy a escribirme esos poemas y cartas de amor con los que tanto soñé y que nunca llegaron a mi buzón, me susurraré bajito que me encanta tenerme a mi lado, que nunca me dejaré ir, que conocerme es lo mejor que me ha podido pasar en la vida, que soy lo mejor que tengo y que no me cambiaría por nada.
Voy a ser la otra mitad que me falta para completar mi naranja, aunque siempre he sido más de mandarinas.
Voy a ser mi enamorada todos los 14 de febrero, aunque también el resto de días del año.
Solo mi madre podrá quererme más que yo, ya que por lo visto ella tiene un máster en amor o algo así, como todas las madres.

Voy a comenzar a ligar conmigo misma. Intentaré buscar hueco en mi agenda para quedar conmigo y tener grandes conversaciones en las que descubra cada uno de mis secretos, esos que aún no conozco. Me invitaré al cine, me dedicaré canciones y pasajes de libros. Me permitiré compartir mi té conmigo misma y me cederé el corazón de caramelo de mi helado favorito, que siempre guardo con recelo para el final.
Lo más probable es que termine enamorándome locamente.

A ti, seguramente, te seguiré queriendo de manera enfermiza, pero no más que a mí misma.

Voy a quererme, y ya luego, si eso, lo mismo decido quereros a alguno de vosotros.



Eme*

lunes, 24 de marzo de 2014

El perro del hortelano.

El sábado pasado, cuando a las tantas de la mañana tropecé, caí boca arriba en mi cama y me quedé ahí sin levantarme, mi cabeza embotada por el sueño y el alcohol me dio la solución que llevaba semanas buscando. En ese instante inesperado, cerré los ojos y ahí estaba.
No fue más que un pensamiento fugaz que pasaba por detrás de mis párpados cerrados, pero fue suficiente para comprender que este amor herido en el que estoy atrapada, no solo es inmisericorde conmigo, sino que no me deja avanzar, seguir caminando más allá. Es como el perro del hortelano, ese que todos sabemos que ni come ni deja comer, solamente sigue ahí para molestar, para incordiar.

Sí, definitivamente hoy estoy algo poética y metafórica.

Necesito idear un plan... Sin embargo, al no saber si quiero o no deshacerme de ese sabueso rabioso y testarudo, no puedo decidir si planifico su caída o su ascensión dentro de mi red de sentimientos.
No es fácil, para qué mentir.

Si hago que caiga... Mejor dicho, si lo intento -puesto que las veces anteriores no es que tuviera demasiado éxito- y venzo, habré conseguido deshacerme de una parte importante de las ataduras, y tal vez consiga avanzar. Aun así, seguirá quedando otra parte, quizás todavía más importante, y que sé que no se borrará ni se irá nunca.
Por otro lado, si lo asciendo a una posición aún más elevada, será casi imposible abandonarlo en un futuro. Si me lo quedo, será para siempre, junto con todas las consecuencias que traiga en el bolsillo. Seguramente terminaré por acabar trastornada del todo, de esas que necesitan antidepresivos y esas cosas, o tal vez de las que se quedan mirando al cielo fijamente... aunque eso, en realidad ya lo hago... No sé si eso es bueno o malo.

Vamos, que la cuestión parece simple pero no:
Si no me libro de él no podré querer a nadie más, porque si lo hago, saldré loca de psiquiátrico.

Y volvemos a lo mismo: si quiero tomar una decisión, primero debo pensar si verdaderamente quiero avanzar o quedarme donde estoy y esperar a que el maldito chucho pase de hiriente a amante.



Eme*

lunes, 17 de marzo de 2014

Tiempo de Karma.

Últimamente he confiado bastante en eso de que hay una fuerza cósmica que pone a cada cual en su lugar dependiendo de sus buenas o malas acciones. Se supone que todo está en equilibrio, que hay un plan para cada uno en algún lugar que te va dando buenas y malas rachas en la vida, ya que no todo puede ser un lecho de rosas.
El problema es que no sabemos cuándo terminará un ciclo y empezará otro.
La verdad, me estoy empezando a cansar, así que no estaría de más que el karma me enseñase el cronograma donde pueda ver cuántas desilusiones me quedan por sufrir antes de que me toque ser feliz.

Al paso que llevo... espero que ya sean pocas más.


Eme*