sábado, 15 de marzo de 2014

Decir adiós.

No vas a volver.

Por mucho que piense en ti, o aunque deje de hacerlo, sé que no vas a volver. Incluso a pesar de que las cosas se me hayan complicado tanto, hasta el punto de convertirme en un manojo de nervios que no puedo controlar. Claro, que a lo mejor no vuelves porque no lo sabes. Pero, supongo que, aun si lo supieses, no volverías.
¿Por qué ibas a querer volver? ¿Para verme o para que cuando te vea yo rompa a llorar y tú me digas: no llores? ¿Para que no pueda aguantarlo más y te cuente todo, hasta el más mínimo detalle y así, después de meses, sentir que puedo respirar?
La verdad, esto último sería lo más lógico, y tal vez llegado el momento lo haga, únicamente con el propósito de sentirme bien conmigo misma, sin importarme entonces si eso te puede hacer daño o no. Porque a lo mejor en ese instante en el que arranque a hablar y no me puedas parar, pienso que te toca sufrir un poquito (ni una milésima parte) de lo que me ha tocado a mí.
Si lo hago, será para sentirme mejor, y no como en un principio pensé: que sería lo más ético, moral y correcto.
Hablando mal y pronto, creo que en el momento en que te lo revele, me la va a sudar completamente si te duele o no, ya que para entonces estaré hasta las narices, cansada de protegerte de lo que a mí me está destruyendo, de eso que los demás que sí están a mi lado ven que me hace mal.

Sin embargo, lo peor de todo no es que tenga secretos sobre ti, ni tampoco si algún día te los confío o no, sino saber que esto no lo vas a leer, y que, si lo haces, no me dirás nada.

Lo peor de todo, es que en el fondo sé que aunque intente hacerme la dura, en realidad no estoy preparada para decir adiós, para asumir que no vas a volver.



Eme*

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