jueves, 16 de enero de 2014

Caídas por orgullo.

Todos sabemos que la estupidez humana no tiene límites, pero me atrevería a decir que el orgullo es mucho más potente: llega más lejos, nos arrebata más cosas y las heridas que puede dejar son mucho más profundas.

No soy científica, pero dudo de que exista algún otro animal tan estúpido como nosotros. Nos damos la espalda a la primera de cambio, dejamos que personas a las que realmente amamos arruinen su vida cuando un simple consejo podría apartarlos del abismo. Somos rencorosos, hirientes, cabezotas.

Muchas veces preferimos esconder lo que pensamos o sentimos antes que expresarlo y dejarnos querer. ¿En cuántas ocasiones hemos retirado una mano amiga en el momento que más la necesitaban? Y luego queremos que nos respeten y nos tomen en serio.

Cada uno de esos gestos egoístas hace el camino un poco más estrecho, cada vez más, sin que nos demos cuenta, hasta que ni siquiera podemos continuar de puntillas y caemos al suelo. Y llegará un momento en el que nadie nos ayude a alzarnos de nuevo.

Por favor, dejemos el orgullo atrás. No hay casi nada irreversible.

Si amas a una persona, díselo.
Si no la amas, díselo.
Si no sabes si la amas o no, díselo.
Si la odias, díselo.
Si te gustaría darle un beso, dáselo.
Si necesitas gritarle, grítale.
Si necesitas tiempo, díselo.
Si necesitas un abrazo, pídelo.
Si necesitas un hombro en el que llorar, déjalo empapado.
Si es un juego, díselo.
Si no te vas a quedar en su vida, díselo.
Si lo que quieres es quedarte, hazlo.

Ya existen demasiados muros que separan personas para que convirtamos el orgullo en uno más.


Eme*

No hay comentarios:

Publicar un comentario