No pensamos en que, al igual que el yogur que quedó escondido en el fondo del frigorífico, tenemos fecha de caducidad. Es más: no es únicamente que nos creamos inmunes al paso del tiempo, sino que asumimos que las personas a las que queremos también lo son.
La diferencia entre el yogur de la nevera y nosotros es que no tenemos la fecha de caducidad tatuada en la piel, no hay forma de saber cuándo nos toca; simplemente dejamos de valer.
Y cuando comprendemos que alguien que queremos va a caducar, ¿cuánto tiempo se nos permite llorar?
Eme*